jueves, 10 de noviembre de 2011

Y siguió estrictamente las normas

Se levantó en aquel lugar: ducha fría, desayuno con cereales, lácteos y frutas, ocho horas y media de trabajo le dijeron. Paró, tragó. Siguió. Realizó una hora de ejercicio, fue al curso de perfeccionamiento de idiomas, mantuvo una charla interesante sobre actualidad con un amigo, fue a la presentación de un libro, una sopa para cenar, leyó durante treinta minutos. Se fue a dormir las ocho horas recomendadas, no sin antes vomitar una docena de pájaros y pensar: mañana no vengo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

vagos de amar

Y nos acostamos un rato sobre las hojas,
te lo dije: siempre me ha gustado más la arena;
sin embargo, allí reímos hasta llorar.
Luego pasamos un rato junto al mar,
sabía que te gustaría,
noche de música de luciérnagas.

Después me incomodaba el viento,
aunque dejé volar mi pelo;
no soportabas el picor de abejas,
nunca lo entendí;
me costumbré a dormir con luz,
pero cerraste las ventanas,
las gaviotas no dejaban de cantar.

Una tarde de verano,
sentados frente aquel baúl,
sin saber qué hacer con tanto, nos dimos cuenta.
Y ya no había remedio.
Nos volvimos vagos de amar.

viernes, 5 de agosto de 2011

solo un día (o no)

La luz y el despertador me avisan de que es un nuevo día, dios y no tengo ganas, me quedaría dormida tres días más, ahí tirada sin hacer nada... pero entonces decido que va a ser un buen día, saco las fuerzas de debajo del colchón, que a veces se atascan, y decido que es un día bueno y único. Estoy alegre, alegre con esfuerzo. O alegre por cojones, pero eso no importa.

En la calle, el señor de la esquina me enseña los dientes, pero no me asusta. Es mi día feliz. En el paseo antes de ir a trabajar, el león del vecino se quiere comer a mi perro, pero no lo consiguió y eso es bueno. Hasta ahora funciona.

En el trabajo han abierto las jaulas. Luego aquel chico en el autobus, sentado junto a su padre, comparte con el resto del universo los cambios que se producen en los mandos de nuestra nave. Nadie dice nada. Un adolescente vestido de negro tul me hace reír comentando crueldades de la moda que lleva tacones con calcetines. Me toca bajar. Estoy cansada, pero tengo algo que hacer o tengo que hacer algo.

Llego a y que... con esfuerzo hago que miro, quiero querer estar guapa, demasiado caos. Bolas de trapos. Había un lobo en el probador. Está bien, hago el cambio y me voy.

Agosto de fuegos. Tomo el bus de vuelta. Pensamientos. Nada es tan importante. Solo es un juego. Circo de ánimos. Es la primera vez que vuelvo en este número, a ver en cuál para. Rotonda lejana, pies, sueño, casa y paseo.

Ya está hecho. Me quito el día feliz, me tomo algo fresco, vuelvo a desordenar un poco ahí arriba y me río recordando a ese hombre con traje de arrugas, ese de la playa con pies de fieltro que ofrecía opio y decía: ¿tuuuur querer dormir trerr diiias? No, no, que esto lo elijo yo, que yo no quiero (o).

jueves, 14 de julio de 2011

100 años

Y sin darnos cuenta pasaron cien años,
y mis ojos estaban en otro cuerpo
y los tuyos, los tuyos los reconocí al instante.
Pensé que te habías dado cuenta,
pero la historia hacía un bis y en esa esquina volvieron a pasar de largo.

Vi pasar tu cuerpo, eso no pudo engañarme.
No, no eres el mismo,
esta vez la vida te trató mejor.
Dudo si sucederá de nuevo,
si volveremos a iniciar el viaje.
Otra vez la duda, incómoda compañera.

Cruce de caminos, aquella tormenta,
la espiral que vuelve a rodar...
Ha vuelto a pasar, tus ojos hicieron estación en los míos.
Y sin darnos cuenta, volvieron a pasar cien años.

solos

Ni mis ojos hambrientos, ni aquella bebida,
ni esa guitarra de canciones…
La calle está llena de ellos, son una plaga.
Libros abiertos, mesas revueltas,
teléfonos que no alcanzan,
tapas que no llenan…

Y  al otro lado de la ciudad abrazas la barra de un bar,
en la plaza te miran las palomas,
ese autobus que no esperas pasa.
En el banco agolpas tus maletas,
la música te hace estar más lejos.
 
Papeles que vuelan, zapatos que retumban,
la batidora de las mañanas,
la misma canción, otra y otra vez…
No hagas ruido,
puedo escucharlo, aunque no esté contigo.

viernes, 8 de abril de 2011

Y quién tiene la verdad

Hace unos días leí a una mujer, tiene un blog que me roba el corazón y habla de la locura, la locura de ser quien eres, la locura a la que llaman enfermedad. Siempre me he preguntado quién decide quién está loco y quién no, a quién le dieron ese trabajo... Incluso a veces tengo la certeza de que a los que llaman locos, a los que privan de la libertad fueron siempre los más listos, los que quizá cambiarían este mundo o los que no han soportado ver su miseria e inventaron otra realidad que el resto llama locura, porque se cansaron de imposiciones, de falsedad, de la realidad que otros provocan, que otros inventan y a los que, curiosamente, nadie llama locos.
A mi me gusta la gente que grita y llora en un minuto; la gente que dice cosas lógicas e ilógicas en una sola frase. Me gustan los cuentos, me gusta giñar un ojo y mover las cosas, reír por nada, llorar por todo, inventar historias, viajar en una pintura  o imaginar un precipicio al final del mar.

A los cuerdos:
Cuéntame un cuento cuéntame un cuento… si es que no es normal para su edad, el chico del arpa con ojos de nube no está bien. Hace tiempo que sueña despierto, que se alimenta de aire y luz, que engorda de insomnio y ansiedad. Pero por las tardes cuando se pone el sol va a tocar el arpa. Ahí sentado es cuando vuela, sus manos se mueven de forma majestuosa, con una delicadeza jamás vista. En ese momento nadie ve sus ojos de nube, su mirada clavada en la nada, sus pies llenos de yagas porque el lado del túnel por el que le tocó pasar resbala demasiado. Cuando suena la música su alma es libre ante el resto, y sin embargo al cesar deja de serlo. Por qué, me preguntas con la cara de niño que aun conservas, por qué, qué es estar loco… Miro hacia otro lado, no encuentro respuestas, no supe nunca tocar las cuerdas, pero mientras esperas tarareo esa canción... y ahora, por favor, cuéntame un cuento.

jueves, 10 de marzo de 2011

corazón incompleto

Habréis escuchado alguna vez cómo suena,
o habréis percibido su olor,
suena a humedad y huele  hueco
va y vuelve como el péndulo de un reloj,
golpea y golpea, aunque los tiempos cambian.

Hace siglos que está incompleto
y se queja y pide
incansable e inoportuno,
demasiado listo, sabe de engaño y estrategia,
por más caminos que trace, siempre pasa por aquí,
es tu rincón y, muy a menudo, el mío.

Corazón incompleto,
lleno pero con huecos,
el de tu risa, de tu mirada,
de las tardes al sol, de los juegos.

Y mientras hacemos oídos sordos
y continúan pasando los siglos,
el péndulo golpea de nuevo
vuelve la humedad y el hueco.
Corazón incompleto, siempre insatisfecho.

martes, 22 de febrero de 2011

a estas horas...

El tiempo.
Un segundo lo cambia todo.
Puede cambiarlo todo
o pueden transcurrir impasibles,
uno tras otro.

Puede caer la arena insolente, desafiante,
y que nada cambie durante años.
Sin embargo, nunca lo hace eternamente
y, de nuevo,
un segundo vuelve a cambiarlo todo.

El tiempo.
A veces rápido, a veces lento,
bueno, intenso, divertido
malo, vacío, doloroso.
Y ni un sólo segundo reversible...
No, no lo busques. Ya pasó.

sábado, 12 de febrero de 2011

y aquel día dejó de nevar...

Huyendo de tristes escritos
hoy hablaré de la nieve,
pero una que respira y calza;
ósea, mejor y bien dicho: la nieves.

Quiero contar algo sobre la simpleza de las cosas,
tantas veces infravalorada por todos
de la naturalidad de la vida,
que ignoramos porque queremos ser sofisticados e interesantes;
qué inutilidad la nuestra.
cuánto error en nuestros días.

Hacer reír hasta que caen las lágrimas
no es nada simple.
Estar de buen humor cada día,
tampoco es fácil.

La nieve habla,
a pesar de tener frío,
cuenta cosas que considero maravillosas,
cuenta que los reyes le trajeron un guass,
o pregunta si el pollo lleva cilántropo.
Es fácil para ella conseguirlo.

Se autodefine ‘simple’
y más cosas que no vienen en el diccionario.
Ojala tuviera mejor memoria
y ojala ella supiera que no lo es.

No es simpleza reír a la vida,
ni que al sol te derritas.

lunes, 7 de febrero de 2011

La música

Sabes de qué me río,
hace rato que estás bailando sin música
todos se han dado cuenta.

Palabras que te paralizan
te apoyas en tus rodillas, miras el vacío
de repente pierdes el ritmo.

Mi risa muta en sonrisa
mi sonrisa enmudece
qué es lo qué te entristece -pregunto.

Con pausa y cariño, como siempre,
tú me lo explicas
coges mi mano y me miras.

Qué sentido tiene bailar corazón
si tú pones la música
pero eres incapaz de oírla.

jueves, 3 de febrero de 2011

¿Quién corre más el tigre o la pantera?

Tengo un amigo que siempre anda preguntando: ¿quién corre más el tigre o la pantera? Difícil. Hoy me acordaba de él y me he puesto a pensar en las carreras. En el momento en el que esperábamos en la línea de salida, segundos antes del disparo; concentradas, nerviosas y atentas al: “¡a sus puestos!”, “¿listos?” que precedía al sonido de esa maldita pistola. Me acuerdo bien de esa sensación, recuerdo el olor de la pista, la respiración, cómo se sentían los latidos del corazón por todo el cuerpo, incluso subían hasta las mejillas. Sabías que tu equipo estaba observándote a la derecha y que tu marca contaba para la puntuación final. ¿Listos? ¡Ja! Lista nunca se estaba. Y por las caras de mis compañeras, ellas tampoco; pero corrían o, mejor dicho, marchaban. Todas lo hacíamos cuando nos daban la salida.
Mantener el ritmo, no mirar al de al lado, ni atrás, controlar la repiración, apretar al final, no despegarte del grupo, siempre con un pie en la pista…
Cada vez que competía ni siquiera sabía si sería capaz de acabar la carrera. Por mi cabeza pasaba rendirme en cada vuelta, era tentador, aunque nunca lo hice. Hacía marcha. Un trayecto de 3 kilómetros, si mal no recuerdo siete vueltas y media a la pista de atletismo. Una vez me tocó hacer 5 kilómetros en Nerja, para algunos no será mucho, para mí era toda una hazaña. Cómo sufría. ¿Listos? Preguntaba el juez en cada competición, claro, él sí que lo estaba que se quedaba esperando a ver quién era la primera en llegar.
Ahora pienso en las carreras y se me viene a la cabeza eso que me decía una amiga el otro día cuando le contaba algo que quiero hacer, algo complicado… me dijo muy seria, como quien tiene la verdad absoluta: “para eso tienes que estar preparada”.
¡Ja! Otra vez me da la risa porque me acuerdo del listos, y la pistola, y del juez, y de su madre. Y es que no creo que nadie esté preparado para lo que le viene.
Yo al menos sé que no lo estoy, pero es que pienso en mi abuela, en lo que ha vivido, en lo que ha perdido y tampoco creo que ella lo estuviera. Me temo que no, que cuando se fue mi abuelo ella no estaba preparada para dormir sola día tras día en la misma cama; ni para las tormentas, con 80 años le dan miedo, da igual que truenos o relámpagos la precedan, ella nunca está preparada y enciende una vela, y no duerme en toda la noche, así son las abuelas.
Sigo pensando y me invento para pasar el rato que la vida es una carrera con algo más de siete vueltas y media, en la que llegar el primero no vale de nada. Que las zapatillas me hacen daño, que me quiero tumbar un rato en el césped, que en marcha no se saltan vallas, que no está tan mal visto el que se rinde, ¿o sí?
Bueno, a lo que iba:
-¿Quién corre más el tigre o la pantera? –pregunta mi amigo.
-¡Pues echa la carrera! ¡echa la carrera! –se responde él mismo.
Yo es que con mi amigo me parto de la risa. A mi padre, sin embargo, esto no le hace ni puta gracia:
-¿Echa la carrera? –me pregunta con cara de extrañado. Yo me río aún con más ganas.
-“Claro papá, ¿cómo lo vas a saber si no echas la carrera?”
-“El tigre y la pantera, el tigre y la pantera, echa la carrera” -dice en tono de protesta- y se va.
Qué gracioso es. Yo creo que es porque él nunca ha sido de darle más de siete vueltas y media a las cosas. Creo que cuando sonó la pistola empezó a correr y todavía no ha parado.

Es lo que nos queda. Echar la carrera.

lunes, 17 de enero de 2011

Una caja de herramientas

Todo empezó como un juego,
solo era una caja vacía.
Esos días no tenía nada que hacer,
el tiempo pasaba lentamente y se le ocurrió cambiar la realidad.
Solo era un juego,
un juego para ser feliz hoy, mañana daba igual.

Mañana daba igual porque la caja se renovaba cada día;
cada día comenzaba la partida y el contenido de esta caja cambiaba.
¿Qué tocó hoy? -preguntaba con illusión cada mañana-
tres clavos , un punzón , una sierra manual.
Bueno,realmente había días que la combinación era difícil;
poco se podía hacer con aquellas herramientas,
pero las reglas del juego eran bien claras en este aspecto:
construye con ellas tu día,
es lo que tienes hoy, no hay martillo,
pero seguro que encuentras alguna otra cosa con la que golpear.

No era un juego fácil,
había ocasiones en las que la caja aparecía vacía,
con apenas tres tornillos
e inventar algo que hacer con ellos parecía imposible.
Pero cuanto más difícil se ponían las cosas,
más grande era el esfuerzo,
mayor la satisfacción,
mejor la creación.

No había tiempo para llorar por el martillo,
había mucho que construir y solo 24 horas.

Algunas mañanas, la caja aparecía llena:
pinzas, tijeras, tenazas,
destornillador, broca, cizalla…
era maravilloso y, precisamente ese día, se perdían las cosas.
El juego no penaba la pérdida de herramientas,
de ahí su dificultad.
Tenías lo que necesitabas,
si lo perdías era cosa tuya.

Algunas personas con sus herramientas
hacían cosas sorprendentes cada día,
daba igual el contenido que encontraran.
Otras pedían prestado demasiado.
A este respecto, las normas no eran muy estrictas,
podías pedir, podías prestar.

La trampa estaba permitida,
aunque todo tenía sus consecuencias
y el desgaste del instrumento en algunos casos era evidente.
Pero en otros, un puñado de clavos ajenos en sus manos
lo cambiaban todo de color…
al fin y al cabo jugar era lo importante.

El juego se paró un tiempo,
se dejó la caja a la deriva,
ni siquiera se abría.

Ahora juega otra vez . Algunas veces pierde.
Pero otras es capaz de construir un castillo
con sólo dos tornillos.

jueves, 13 de enero de 2011

Es hora de ir tomando apuntes

Pocas personas entenderían lo que voy a contar,
de hecho, puedo contarlas con los dedos de las manos.
De una sola mano.
Solo alguien que nació hace hoy 34 años, que escribía camino de suárez en el espacio del remitente de sus cartas y que tiene curiosa fijación con las orejas podrían entender que…
Hay niños que consiguen aplausos con 5.000 pesetas en la colecta del colegio;
otros, inventan historias para divertirse,
historias raras que meten a sus padres en líos
como que con 7 años se hace cargo de sus tres hermanos menores
mientras sus padres se lo juegan todo en el bingo;

que solo los niños mas avispados
logran rimar bombones con mojones
en el cuarto de las literas;

que la cola de caballo bien apretada, esa que tira de las cejas hacia arriba
y te deja con cara de sorprendida todo el día
no se inventó hasta los 80 en calle Nuño Gómez;

pocos llorarían porque el menor de sus hermanos,
vaya a comprar helados;
y es que, en ocasiones, ir a comprar helado puede convertirse en una eternidad.

Nadie podría entender que un portazo te deja sin feria,
que un colchón puede hacer de rueda,
que ocho personas caben en un renault 4,
que las manos negras vuelan
o que un libro nunca es lo que parece.

No encontrarían repuesta a simples preguntas
como qué haces a la sombra de los pinos,
¿a quién vienes a buscar?, ya es tarde;
por qué rajas cortinas para trepar arboles
por qué murió de escarlatina.

O por qué amamos las cucharas
y ese barco que vino y se fue
o que un prátano nos haga reír.

Y que sabe nadie –dice la canción-
que sabe nadie de años de pan y cebolla,
de chandals rosas fluorescentes en días de febrero;
de atracos, de huídas, de churros por la mañana,
de años de traducciones harto complicadas
que te dejan en los puros huesos.

Paro. Cojo aire. Me voy.
'Freedom', 'love',
bonitas palabras no necesariamente antagónicas
que sí suenan a té a las cinco.

Bueno, vamos terminando
que se nos va la juventud
bebiendo vino blanco en London Bridge
y luego pasa lo que pasa,
nos acostamos antes de cenar
… y es que la cena tarda.

Ahora las vemos venir en todo lo alto,
donde hay jamón y chorizo
y sobre todo sol, mucho sol,
tras una temporada en cumbres borrascosas
donde las cabras hacían barrera en el camino.

Ahora nos reímos del tiempo
y contamos historias
porque una historia nunca lo será si no es contada
y, porque, solo unos pocos
saben hacer de la suya una historia feliz
y porque la vida es risa,
y entonces la risa es vida
y yo me estoy hacienda un lío con ambas,
y por eso me río tanto,
como tú.


Felicidades y, ya sabes…
que sigas haciendo historia de tus días y que nadie te diga como la tienes que escribir.

martes, 11 de enero de 2011

A Gabriel, el niño que perdió las cosquillas

Los días se volvieron largos y raros,
la tormenta aún estaba por llegar.
Se hizo de noche
y las mañanas amargas,
la luz desapareció durante meses;
su cuerpo, sensible y cansado, reaccionó de aquel modo,
Se convirtió en árbol de otoño
y sus hojas se perdieron en la maleza.

Curioso es el destino
que desafió a sus ojos y no les dejó ver su propia belleza.
Así pasaron los años.
Ignoraba que un árbol sin hojas
también es bello.
Anhelaba su flor
y sus ojos no querían fijarse en él.

Pero, toda tormenta pasa;
llueve, truena, rompe, arrasa;
pero pasa….

Así, una mañana brilló,
dejó pasar la luz a través de la ventana
y la brisa hizo volar todas las hojas.

La primavera había llegado y,
cuando se quiso dar cuenta,
brotaron de nuevo hojas y flores
y ni siquiera le importó.
No es que fuera tarde,
es que sus ojos al fin miraban,
pero no veían la diferencia.