jueves, 3 de febrero de 2011

¿Quién corre más el tigre o la pantera?

Tengo un amigo que siempre anda preguntando: ¿quién corre más el tigre o la pantera? Difícil. Hoy me acordaba de él y me he puesto a pensar en las carreras. En el momento en el que esperábamos en la línea de salida, segundos antes del disparo; concentradas, nerviosas y atentas al: “¡a sus puestos!”, “¿listos?” que precedía al sonido de esa maldita pistola. Me acuerdo bien de esa sensación, recuerdo el olor de la pista, la respiración, cómo se sentían los latidos del corazón por todo el cuerpo, incluso subían hasta las mejillas. Sabías que tu equipo estaba observándote a la derecha y que tu marca contaba para la puntuación final. ¿Listos? ¡Ja! Lista nunca se estaba. Y por las caras de mis compañeras, ellas tampoco; pero corrían o, mejor dicho, marchaban. Todas lo hacíamos cuando nos daban la salida.
Mantener el ritmo, no mirar al de al lado, ni atrás, controlar la repiración, apretar al final, no despegarte del grupo, siempre con un pie en la pista…
Cada vez que competía ni siquiera sabía si sería capaz de acabar la carrera. Por mi cabeza pasaba rendirme en cada vuelta, era tentador, aunque nunca lo hice. Hacía marcha. Un trayecto de 3 kilómetros, si mal no recuerdo siete vueltas y media a la pista de atletismo. Una vez me tocó hacer 5 kilómetros en Nerja, para algunos no será mucho, para mí era toda una hazaña. Cómo sufría. ¿Listos? Preguntaba el juez en cada competición, claro, él sí que lo estaba que se quedaba esperando a ver quién era la primera en llegar.
Ahora pienso en las carreras y se me viene a la cabeza eso que me decía una amiga el otro día cuando le contaba algo que quiero hacer, algo complicado… me dijo muy seria, como quien tiene la verdad absoluta: “para eso tienes que estar preparada”.
¡Ja! Otra vez me da la risa porque me acuerdo del listos, y la pistola, y del juez, y de su madre. Y es que no creo que nadie esté preparado para lo que le viene.
Yo al menos sé que no lo estoy, pero es que pienso en mi abuela, en lo que ha vivido, en lo que ha perdido y tampoco creo que ella lo estuviera. Me temo que no, que cuando se fue mi abuelo ella no estaba preparada para dormir sola día tras día en la misma cama; ni para las tormentas, con 80 años le dan miedo, da igual que truenos o relámpagos la precedan, ella nunca está preparada y enciende una vela, y no duerme en toda la noche, así son las abuelas.
Sigo pensando y me invento para pasar el rato que la vida es una carrera con algo más de siete vueltas y media, en la que llegar el primero no vale de nada. Que las zapatillas me hacen daño, que me quiero tumbar un rato en el césped, que en marcha no se saltan vallas, que no está tan mal visto el que se rinde, ¿o sí?
Bueno, a lo que iba:
-¿Quién corre más el tigre o la pantera? –pregunta mi amigo.
-¡Pues echa la carrera! ¡echa la carrera! –se responde él mismo.
Yo es que con mi amigo me parto de la risa. A mi padre, sin embargo, esto no le hace ni puta gracia:
-¿Echa la carrera? –me pregunta con cara de extrañado. Yo me río aún con más ganas.
-“Claro papá, ¿cómo lo vas a saber si no echas la carrera?”
-“El tigre y la pantera, el tigre y la pantera, echa la carrera” -dice en tono de protesta- y se va.
Qué gracioso es. Yo creo que es porque él nunca ha sido de darle más de siete vueltas y media a las cosas. Creo que cuando sonó la pistola empezó a correr y todavía no ha parado.

Es lo que nos queda. Echar la carrera.

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