jueves, 25 de septiembre de 2014

Tiempo de descuento

Los bultos vuelven y, para ser honesta, estamos cansadas, pero también casadas. Casadas con la vida. Desde hace tiempo las personas me preguntan si la India me ha cambiado. A mi la India no me cambia, a mi me cambia la vida. Ésa que te deja con cara de estúpida una y mil veces, sin palabras, sin collar, sin perro. La que a cambio te regala el tiempo de descuento sin que nadie se lo pida. Y te despiertas y, hoy, hoy no duele, y salimos a jugar porque no hay gris que pueda con ella. Así que hacemos frente en el campo de batalla al tiempo, aun sabiendo que en la lucha es implacable. Pero al final, porque siempre hay un final, cuando me despierte y quizás ya esté solo dentro de mi y en un puñado de recuerdos -solo quizás- sea capaz de reírme y recordar que el tiempo de descuento nos lo comimos a besos y quién sabe quién gano a qué y, sobre todo, quién cambió a quién.
 

lunes, 22 de septiembre de 2014

Instantánea

Me imagino a mi madre hablando sin parar sentada junto a la mesa del teléfono, la luz encendida, y ella quitándole importancia y repitiendo que no es nada grave, que no hay por qué alarmarse. Me asombra su capacidad de llorar por cosas a mis ojos insignificantes, como por las bromas de sus pequeños cuervos, y, sin embargo, ante lo que realmente da pavor, siempre la veo mantener la calma. Pienso que es una reacción para protegerse, o tal vez realmente reserva el pánico para ocasiones que lo merecen. A veces imagino que bajo esa templanza, esos monos que bailan y tocan el platillo en la cabeza de algunos, están en la suya abrazados muertos de miedo, temblando en una esquina. No sé, yo estas cosas me las invento.

Sigue sentada al teléfono, contando uno a uno a toda la manada que no va a pasar nada. Nada hay que temer. Todo está bien. La pienso -la que se rinda, no voy a ser yo-. La abuela está en el sofá sentada, resfriada, lleva semanas así, y se lamenta a media voz. Si se tiene que poner, ella elige ponerse en lo peor, por si acaso. A su edad ya ha pasado mucho y prefiere abrazar a la desgracia. Quizá le resulte más fácil quedarse con ella que viajar hacia un mundo de optimismo desconocido.

Al otro lado del teléfono está mi hermana, la mayor, o la que tiene el estilo y el poder de la tragedia y del buen humor, así, a saltos. Está deseando colgar para llorar el miedo. El que tiene papá mientras hace la tortilla, le salen de maravilla. Él sale al pasillo en un pijama de risas con un "ya mismo me muero, ¿me vais a echar de menos?" Toda una vida para hacerle un disfraz al miedo.

Mi hermano tal vez callará en su turno al otro lado del teléfono y pensará que son buenas noticias. Si lo cree de veras o no continúa siendo un enigma, aunque apuesto a que lo cree de veras, y pasa página. Tengo dudas si guarda el libro bajo la almohada.

Y mi hermana, la pequeña, fiel a su pragmatismo preguntará a sus amigas las doctoras y llamará a casa cada día, todos los días, varias veces al día.

Y yo, a miles de kilómetros, agarro mi bolígrafo para escribir la instantánea de la gente más guapa que he visto en mi vida, y me emociono al ver a mi madre al teléfono, a mi abuela quejarse, a mi padre con la tortilla llenita de suspiros y a mis hermanos, los que lloran y los que no.

Y lo confieso, tengo miedo, y una foto preciosa.

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*Texto escrito en un cuarto de calle Bengalitola, Varanasi, India, con monos en los tejados y ratones por el suelo. Lejos pero cerca. Cada vez son más las noticias para sacar el miedo a pasear o, simplemente, salir a vivir la vida, que no es poco y hoy es tuya.
Eso lo eliges tú.