La
India me roba el corazón a la par que me lo destroza. Así es ella, sucia,
hermosa, contradictoria. Caprichosa como la que más a la hora de repartir crueles
y bondadosos destinos. Fanática y ruidosa, sonriente y misteriosa. Me marea con
injusticias y muerte, y me calma con risas y vida a ritmos de chais a pie del
Ganges, que recoge en sus aguas tanta vida como muerte. Así es ella, que en uno
de los días más importantes del año para festejar saca a las calles a todos los
hombres a beber, hacer hogueras y disparar colores; e invita a las mujeres a
guardar el calor de sus casas. Escupe verdades sobre cómo se puede vivir sin
nada y ser feliz cada día, abraza el presente sin rozarte la piel; y mientras,
te susurra al oído: tú no. Tú no puedes, mujer, que la represión y la religión
esta noche nos la rasgamos y al día siguiente sale el sol y ya no nos la
quitamos durante todo el año. Que los trajes cosidos a históricos principios
pesan y no ven sanos finales. Que un día
es un día para ti también, mujer. Y no te queda más remedio que sonreír ante lo
imposible, que estamos de paso, y decir que sí, que happy holi, que ya conoces el
dicho, y si no puedes contra ellos, pues vámonos todos al río, o algo así, pero
ojalá pudiéramos ir todos. Sin miedo. Pero no. Y a salvo, respetando el toque
de queda mientras la ciudad arde, pienso en ellas, en todas las mujeres que
duermen. Y en ellos, en todos ellos, que hoy sí pueden, en el todo vale que tanto
deseo encierra (como a ellas). Da miedo abrir cuando durante tanto tiempo has
cerrado. Y entre la impotencia y el enfado que la falta de respeto y libertad
en mí despiertan, siento cierta ternura por su entusiasmo, el de ellos, que hoy
les enciende la mirada que infinitas horas de trabajo y miseria tantas veces
apaga, y se me apaga también el juicio, y la luz, y me voy a dormir la luna
llena pensando que es tarde, y que ya irá quedando menos, aunque no sé muy bien
para qué.
Happy holi, o lo que sea.