Yo
escribo o me muero. Señálalo en el mapa, está justo por todas partes. Un mundo cocinado en oficinas,
gente guapa y rica que conduce coches con nombres y más papeles que el grupo de
senegaleses que vende bufandas y bolsos de Dolce & Banana en la esquina.
Personas adultas con una historia que se esconden tras una columna y corren
como locos cuando personas vestidas de uniforme, con otra historia, mueven el volante de
sus coches oficiales.
Puerto Banús es una maqueta bien cuidada con algo de cada casa. Es la pequeña ciudad de Playmobil con barcos y piratas. Un juego de niños ricos en el que las joyas tienen apellidos, mientras que en la acera de enfrente personas con el pasaporte mojado venden gafas con un nombre que a nadie le importa, como el de ellos. Sus posibles compradores son los que vienen a pasear, a mirar escaparates y a echarse fotos con los porshes, es lo más cerca que estarán de Dior.
Yo
observo el baile desde mi ventana de cristal, desde aquí los veo tan parecidos,
como si todos fueran humanos que trabajan, que bromean con sus compañeros, que
beben agua. Luego estoy yo, que escribo o me muero.
Puerto Banús es una maqueta bien cuidada con algo de cada casa. Es la pequeña ciudad de Playmobil con barcos y piratas. Un juego de niños ricos en el que las joyas tienen apellidos, mientras que en la acera de enfrente personas con el pasaporte mojado venden gafas con un nombre que a nadie le importa, como el de ellos. Sus posibles compradores son los que vienen a pasear, a mirar escaparates y a echarse fotos con los porshes, es lo más cerca que estarán de Dior.
Las horas pasan despacio aquí. Una mascota con collar de diamantes me guiña un ojo,
mientras que Wilfred baila el invierno ofreciendo sus mantas en la terraza del café a 6 euros, y la chica asiática tras la silla de
ruedas pasa delante de esos yates, muchos yates aparcados porque imagino que todos juntos no caben
en el mar. Calle
arriba y abajo, cada uno sabe el lado de la acera que debe pisar,
conocen las reglas del juego. Luego
están las palmeras, las gaviotas y el sol, por lo visto
aún no les han puesto nombre ni precio. Aún queda algo de cordura.
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