miércoles, 7 de enero de 2015

Una jodida puesta de sol

Subíamos esa cuesta empedrada en tu furgoneta, qué triste estabas ese día; el corazón roto es que se deshace en cada latido.

Pero nos reíamos, tú y yo siempre nos hemos reído. No sé cuántas historias me inventé para que comprendieras que no tenía que ser, y tú mirándome con cariño sin entender nada, como yo con el ruso. En ocasiones necesitamos inventar historias que nos importan una mierda para no mirar la verdad de frente. Para que no nos deje ciegos, para poder respirar.

Hay verdades tan grandes, y yo, yo de esta no podía salvarte.

Pero aquel día miramos juntos por la ventanilla, allí estaba el rey riéndose de todos, a punto de acostarse sobre nuestra ciudad, porque por aquél entonces era nuestra. El sol se ponía rojo e incendiaba la tarde de domingo, tú estabas muerto de miedo, y no era para menos. Entonces recuerdo que dije una estupidez para que te sintieras mejor. Siempre he creído en el poder de las palabras.

"Aunque todo se desvanezca siempre quedará una puesta de sol, es un extra que nos regala la vida, tómala para ti, quédate con lo que permanece, así nunca estarás solo".

Y ahora que no estás intento no enfadarme y la miro de reojo, es bonita la jodida. Pero me equivoqué, porque también se va. No existe la tarde eterna, ni la que no la traiga de vuelta. Cuántos kilómetros y cervezas, cuánto ir y venir. Hiciste que me reconciliara con los domingos y yo señalé aquella puesta de sol, supongo que seguimos sin debernos nada.

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