domingo, 19 de abril de 2015

La real e infinita historia de Miguel, un autobús, una mujer y su hijo

Debía de llegar. Debía de estar aquí. El reloj justo marcaba el tiempo, como casi siempre, aunque ya todos saben que siempre es nunca igual. Él se preguntaba si la reconocería. Un hijo entre pañuelos, una maleta de viaje con una vida dentro. Sí, sabría quién era. Una mujer joven de apenas 28 años de un lugar de Camerún con una hoja en blanco. Hoja e hijo, sin rima. Personas de historias infinitas hacen que esto tenga algo de sentido. El tren llegó con muchas ruedas y cabezas. Miradas cruzadas en otras historias, y yo la tuya no la encuentro. He perdido a una mujer y a su hijo. Miguel ha perdido a una mujer y a su hijo, o ella no llegó. Tiene un teléfono que habla otro idioma. A estas horas ella ya estaba perdida observando la velocidad de los autobuses de línea que te llevan a sitios que no conoces. El c1 y otro que va al aeropuerto. No sé dónde estoy. Alguien me espera y no sé quién es, aunque reconozco al miedo. Este aparato suena pero no lo comprendo. ¡En la puerta de la estación!, repite una voz. Sería tan fácil encontrarla. Este es el comienzo de una historia que no acaba. 15 llamadas perdidas, tanto como yo. Nadir está dormido desde hace dos horas y no conoce el camino, duerme en un manto de flores en mi espalda que suda. Al fin te encuentro, Miguel. Es hora de ir a casa, a una nueva con sábanas usadas. Allí desharé esta maleta, y mi vida, deshecha, tendrá que volver a empezar. Volver es un verbo que no conjugo. Es hora entonces de morir un poco. Por lo visto, sí que llegamos a tiempo.

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